Fue poco después de hacerme autónoma.
A través de mi recién creada página web, recibí la petición de un periodista del periódico deportivo MARCA para hacer de intérprete en una entrevista a Takashi Inui, futbolista profesional que por aquel entonces jugaba en la SD Eibar.
Eibar está a 75 km de Irún, mi lugar de residencia, así que el viaje era un poco largo, pero no pude rechazar la oferta para ser intérprete de una celebridad como Inui.
El día señalado, cogí el tren de cercanías que para en todas las estaciones durante hora y media para llegar hasta allí, y me recibió en la estación un periodista bajito y joven, de unos 25 o 30 años, que v
Cuando llegamos al estadio de la SD Eibar y mantuvimos una breve conversación, parecía estar muy excitado, quizá no acostumbrado a hacer entrevistas.
Al no presentarse Inui a la hora prevista, aproveché el tiempo de espera para animarle y charlar un poco, lo que pareció calmarle un poco.
Sin embargo, cuando empezó la entrevista, pude notar el nerviosismo del joven reportero en contraste con Inui, que respondió a las preguntas con mucha naturalidad.
Mientras ejercía de intérprete, en ocasiones tuve que echar una mano a la joven periodista para que la entrevista se desarrollara sin problemas.
A medida que se acercaba la hora de finalización, el joven reportero se impacientaba aún más y decía: «No tengo tiempo suficiente, así que no tienes que traducir lo que Inui diga a partir de ahora. Por ahora lo grabaré todo, así que ¿puedes traducirlo y transcribirlo para mañana?».
Acordamos duplicar la tarifa preestablecida y se cerró el trato.
Debió de aceptar porque la tarifa era tan baja que hoy en día habría sido impensable, así que doblarla no era mucho dinero.
Las tres horas que me llevó ir y volver no estaban incluidas en el precio, y no recuerdo que me cobrara ni siquiera los gastos de desplazamiento.
De todas formas, conseguimos llegar al final sin incidentes, y recibí el material de audio justo cuando terminaba con una fotografía conmemorativa y un intercambio de agradecimientos.
A la hora de hacerme el pago, me dijo: «No tengo suficiente metálico para la hora extra, si me acompañas al cajero, puedo sacar la cantidad restante y dártela».
Pero yo tenía que volver a coger el tren para ir a casa.
No había ningún cajero cerca, y quería acabar cuanto antes. Cometí el grave error de decir: «Págame mañana, cuando te entregue los trabajos», a pesar de que me lo reiteró: «¿ Estás segura?».
Empecé a trabajar en la traducción en cuanto llegué a casa.
El proceso duró más de lo previsto porque se trataba de escuchar el audio y, al contrario de lo habitual, era una traducción «del japonés al español», por lo que me pareció que, en cierto modo, no compensaba la tarifa.
Al día siguiente, llamé por teléfono al periodista y le dije que el trabajo había terminado.
Pero…
A lo largo de la conversación, me fui dando cuenta de que él pensaba erróneamente que la razón por la que no acudí al cajero y no acepté el importe restante era tener una excusa para volver a reunirme con él.
Quizás mis bienintencionadas palabras de ánimo hacia él mientras estaba nervioso fueron también la causa del malentendido.
En cuanto a mí, sólo le estaba tratando como una madre que cuida de su hijo asustado.
Pensando que estaba en problemas, rectifiquéí suavemente el malentendido y luego le pedí que abonara el resto del importe y colgué el teléfono.
Entregué el archivo como había prometido, pero por mucho que tardara, esa « importe restante» nunca llegó a mi cuenta.
Como era de esperar, me enfadé tanto que le envié correos electrónicos y le llamé varias veces después para reclamarle el dinero, pero o me ignoraba o hacía oídos sordos a mis llamadas cuando contestaba al teléfono.
Al final, tuve que rendirme, dándome cuenta de que no podía hacer nada.
¡Así acabó el primer trabajo que conseguí después de hacerme autónoma!
Te puedes imaginar cómo me agobié.
Por supuesto, la gente a mi alrededor me reprochó lo estúpido que fui por no aceptar el pago cuando el periodista estaba dispuesto a pagarlo.
Fue una experiencia como dice el proverbio: «Quien siembra vientos, recoge tempestades».
Me salió un poco cara la lección, pero gracias a ella aprendí dos cosas sobre el trato directo con un cliente como autónoma sin respaldo:
‐ Nunca se sabe cuándo un cliente puede cambiar de opinión. Procura cobrar cuando puedas.
– No entregues tus trabajos hasta que veas la recompensa.
Ya son viejos recuerdos.
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